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domingo, 11 de julio de 2010

Todo por la ciencia: Sergei Brukhonenko

Entre los experimentos aberrantes, el que realizó el médico soviético Sergei Brukhonenko en 1928 merece un puesto de honor. Ese año, utilizando una máquina que realizaba la labor del corazón y los pulmones, logró mantener con vida la cabeza amputada de un perro.

Para probar que la cabeza del animal, que presentó encima de una mesa, vivía, Brukhonenko mostró que respondía a determinados estímulos. Golpeó la mesa con un martillo y la cabeza se estremeció; la enfocó con una linterna y parpadeó; incluso le dio de comer un trozo de queso que cayó al instante por el extremo seccionado del esófago. El escritor George Bernard Shaw dijo que se sintió tentado de cortarse la cabeza para librarse de los inconvenientes del cuerpo.

viernes, 4 de junio de 2010

Todo por la ciencia: Dr. Stanley Milgram

En 1960, psicólogos de la Universidad de Yale bajo la dirección del Dr. Stanley Milgram quisieron probar los límites de la obediencia humana. Se simuló una prueba en la que los verdadero conejillos de indias desconocían serlo; se les pedía que fueran subiendo el nivel de electrocución de otra persona, a la que creían verdadero voluntario (y en realidad un actor), ante las respuestas incorrectas de éste. Llegados a un punto, se les hacía creer que la siguiente descarga sería letal, pero que debía llevarla a cabo para el buen resultado del experimento. 2/3 de los voluntarios aceptaban y, con reparos, apretaban el botón en un experimento que sin duda fue referenciado en el episodio Hogar, agridulce Hogar de Los Simpson.

domingo, 28 de febrero de 2010

Todo por la ciencia: Dr. Stubbins Ffirth

Dr. Stubbins Ffirth
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A principios del siglo XIX el Dr. Stubbins Ffirth estaba convencido de que la reducción de casos de fiebre amarilla en invierno indicaba que no era tan contagiosa como se creía, así que se propuso demostrarlo científicamente ¿Cómo? Pues el tipo, ni corto ni perezoso, inició su experimento practicando pequeñas incisiones en su brazo para luego impregnarlo del célebre vómito negro característico de la enfermedad. No contento con ello, y viendo al no enfermar el éxito de su teoría, procedió a beber vómitos, orines y sangre de infectados en una imparable espiral escatológica. Todo por la ciencia. Hoy se sabe que la fiebre amarilla sí es contagiosa, aunque habitualmente se transmite a través de picaduras de mosquito al entrar directamente en el flujo sanguíneo. Así que el Dr. Ffirth más que un genio de la medicina fue un tipo afortunado...